jueves, 8 de enero de 2015

SAFO DE LESBOS

“La de los oscuros rizos, la casta, la de dulce sonrisa”
(Alceo)
“Décima Musa”
(Platón)


Al parecer vivió casada y tuvo una hija. Fue la primera mujer que comprendió el arte poético y musical de su tiempo y, también, la primera en comprender su mundo. No empleó su arte para hablar como y de lo que los hombres hablaban; lo renovó, lo dulcificó, para decir lo que ellas querían. Es así que frente a la poesía homérica, de héroes y dioses; a la de Hesíodo, agrícola y didáctica; Safo eleva los valores individuales con que las mujeres refinadas de Lesbos se miden, aman, piensan. Su poesía celebraba las bodas, no la maternidad; al placer del amor de una pareja, no la procreación. Estableció su escuela que llamó Casa de las Musas, se puede afirmar que se trataba de escuelas para vírgenes lesbias que se educaban en distintas artes, con un alto desarrollo emocional; que la participación de coros de música, canto y danza en festividades civiles y religiosas era tan elevada que fue necesario profesionalizar maestros y directores para coros de muchachos y muchachas de cierta condición social.
En total escribió IX libros de Odas, Epitalamios o canciones nupciales, Elegías e Himnos, pero apenas se conserva una mínima parte de ellos. Su poema más importante es la Oda a Afrodita (único poema de Safo que conocemos completo). En el siglo XX se halló un papiro con seis fragmentos de sus poemas y la Oda a las Nereidas.

De ella ver quisiera su andar amable
Y la clara luz de su rostro antes
Que a los carros lidios o a mil guerreros
Llenos de armas...

La luna luminosa huyó con las Pléyades.

La noche silenciosa ya llega a la mitad
La hora ya pasó y en vela sola en mi lecho,
suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.


Este y otros poemas desataron gritos de protesta, entre ellos el del papa Gregorio VII, quien en 1073 d.C. ordenó quemar todos los manuscritos con los poemas de Safo, considerados inmorales y pecaminosos, con lo que se perdió para siempre una parte de su obra.

LIBRO I
(Fragmento)

Me parece que igual a los dioses
aquel hombre es, el que sentado
frente a ti, a tu lado, tu dulce
voz escucha

y tu amorosa risa. En cambio,
en mi pecho el corazón se estremece.
Apenas te miro, la voz no viene más a mí,

la lengua se me inmoviliza, un delicado
incendio corre bajo mi piel,
no ven ya mis ojos
y zumban mis oídos,

el sudor me cubre, un temblor
se apodera de todo mi cuerpo y tan pálida
como la hierba no muy lejana de la muerte
me parece estar...


Pero todo debe soportarse si así es

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